Vamos a estudiar bíblicamente esta conocida parábola, para que usted pueda conocer cuál es la enseñanza que Cristo nos quiso dejar, porque pareciera que fácilmente es forzada por muchos para tildar a otros de religiosos o para tener excusas en seguir pecando, pero cuando conocemos el propósito de la enseñanza, entenderá cuán importante y necesario es realizar una correcta interpretación, para que no hagamos un eiségesis de cualquier pasaje. Leamos las escrituras en Lucas 18:9-14:
9 A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: 10 Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. 11 El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; 12 ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. 13 Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. 14 Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.
El versículo 9 es totalmente clave para el significado correcto de la enseñanza, note como empieza “A unos que confiaban en sí mismos como justos” la versión NTV dice: “a algunos que tenían mucha confianza en su propia rectitud”. La versión TLA enseña que Jesús estuvo hablando con personas “de ésas que se creen muy buenas”. Por supuesto estaba refiriéndose a los fariseos. Como ya sabemos, los fariseos enseñaban que Dios solamente otorga su gracia a aquellos que se ajustan a sus preceptos, de esta manera, la piedad se hizo formalista, dándose menos importancia a la actitud del corazón que al acto exterior, los fariseos llegaron prácticamente a endiosar la ley, imponían sobre el pueblo una masa de preceptos recogidos de la tradición, y que no figuraban en la Ley de Moisés, ellos vivían apartados de lo considerado impuro, por eso su actitud hacia los demás, la expresión “menospreciaban a los otros” significa tratar o considerarlos como nada.
El versículo 10 enseña que un fariseo y un publicano subieron al templo a orar, no exactamente al santuario, sino a los atrios donde se acostumbraba a orar, por lo que debe entenderse como un acto común en la época, pero definitivamente la actitud con la que cada uno se presenta, nos muestra que no todos se acercan a Dios de una manera correcta, y que no a todo se le puede llamar oración
V11 El fariseo “puesto en pie”, el orar en pie era común para los israelitas, sin embargo orar de rodillas era una postura de mayor devoción o reverencia (2 Crónicas 6:13; Esdras 9:5; Daniel 6:10; Lucas 22:41) y como señal de humillación inclusive se oraba con el rostro hacia el suelo (Josué 7:6; 2 Crónicas 20:18; Nehemías 8:6), pero el problema no era la posición que tenía, sino su intención de hacerlo en pie para ser escuchado por otros, inclusive por aquel publicano que se encontraba cerca de él, además las escrituras indican que “oraba consigo mismo”, es decir oraba estas cosas para sí mismo, note que toda su “oración” estaba dirigida a él mismo, sus palabras eran: no soy como, ni aún como, ayuno, doy, es decir, todo se centra en sus actos. ¿Realmente a esto se le puede llamar oración? Este fariseo sólo se elogiaba al compararse con un publicano que practicaba cosas que quizás él no hacía, era más una recitación orgullosa y altiva que hablaba de sus supuestas cualidades, pero que en nada glorificaban a Dios, aún dijo: “ayuno dos veces por semana” resaltó que ayunaba más veces de lo que exigía la ley (Levítico 16:29-31; 23:27) es como si Dios debería agradecerle su compromiso con él, porque ante los hombres parecía un buen ejemplo de espiritualidad, pero que a su vez, despreciaba a su prójimo.
V13 “Mas el publicano” eran hombres muy adinerados y casi nunca eran judíos, pero aquellos que si lo eran, eran calificados como traidores por trabajar como agentes de los romanos para cobrar un impuesto para un gobierno gentil, eran tildados de ladrones, injustos y pecadores porque se les permitía recaudar más dinero del necesario. Otra fuente teológica enseña que quienes recaudaban los impuestos trabajaban para los publicanos, estos iban recolectando el dinero en las áreas restringidas donde vivían, eran judíos, pero por lo general no muy adinerados y se les podía ver en el templo. Pero aun con ese oficio y sintiendo el desprecio de sus compatriotas, Jesús enseña que este publicano “estando lejos” distante de las demás personas, “no quería ni aun alzar los ojos al cielo” podemos ver que era una actitud totalmente contraria y opuesta a la del fariseo, el publicano siendo consciente de su pecaminosidad se sentía indigno para acercarse a un Dios 3 veces Santo, él sabía que no podía aportar nada que mejorara su situación con Dios, que autojustificarse no arreglaría las cosas, así que en una postura de humillación y sin pretensiones decía: “Dios, sé propicio a mí, pecador”. Clamaba por compasión y misericordia, con la esperanza que Dios escuchara su súplica, no debe entenderse como “un pecador” sino como “el pecador”, similar a cuando Pablo reconocía que él era el primero o el mayor de los pecadores, acá no vemos una oración muy extensa, fueron breves palabras, pero con un verdadero corazón arrepentido, el cual tuvo su respuesta en el siguiente versículo.
V14 “Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro” Es decir, del último a quien se refería (el publicano) si fue justificado, recibió perdón y fue aprobado por Dios, pero el otro no (el fariseo). Es que realmente el fariseo expuso que tenía una vida intachable, pero no se daba cuenta que el desprecio hacia los demás, su soberbia y altivez eran pecados que si debía reconocer y confesar, pensaba que por su conducta era justificado ante Dios. “porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”. Jesús deja bastante claro el contraste entre estas dos personas para enseñar sobre el orgullo y la humildad, porque el hombre que es orgulloso no admitirá pecados ni fallas en su vida, llegará al punto de orar por los pecados de otros, pero nunca confesará los de él. Este fariseo aborrecía literalmente a su prójimo, ¿Cómo podía considerarse justo delante de Dios? ¿Acaso el menosprecio, el odio, el rencor, no son pecados que también debemos abandonar? Pero aquel que con corazón sincero, se acerca a Dios, aquel que genuinamente se arrepiente y se rinde ante la misericordia de Cristo, es el que será enaltecido.
Lo que enseña la parábola:
- En la parábola anterior, Jesús enseña la necesidad y el poder de la oración, esta se encuentra en (Lucas 18:1-8) pero en la del fariseo y el publicano, enseña cuál debe ser la actitud correcta y apropiada para acercarse a Dios. La mera insistencia en la oración, no es suficiente para que sea respondida.
- La justificación es sólo mediante la fe, en esta parábola pudimos ver como un pecador que carece en lo absoluto de justicia personal, fue declarado justo luego después de su sincero arrepentimiento.
- Las obras no justifican a los hombres, aún ni el fariseo más devoto, podía ser justificado por guardar la ley o sus tradiciones, por eso es importante reconocer que la única manera de recibir perdón, es acercarnos con fe ante Aquel que nos puede justificar. Las escrituras enseñan que los pecadores son justificados tan pronto la justicia de Dios es imputada en su favor (Romanos 4:4, 5; 2 Corintios 5:21; Filipenses 3:4-9). Para más información sobre este tema lea también la reflexión ¡No somos salvos por obras!
- No todo el que se acerca a Dios, tendrá respuesta a su oración, es como el impío que piensa que Dios le escucha, pero desconocen que Dios no oye a los pecadores (Isaías 1:15; Juan 9:31), sin embargo cuando un pecador clama a Dios con un genuino arrepentimiento, Dios en su gracia y misericordia lo perdona y lo justifica, tal como sucedió con el publicano.