Cuando somos bebés, es inevitable no ensuciarse al comer, al andar en el suelo etc. Y siempre estará el cuidado de nuestros padres para limpiarnos constantemente, pero a medida que nos hacemos más niños y vamos creciendo, somos más conscientes de nuestros actos y podemos ensuciarnos pero no como antes. Cuando llegamos a ser adultos, también es posible ensuciarse al comer, al realizar una actividad, pero somos más cuidadosos de no manchar nuestra ropa
Lo mismo pasa con los cristianos, cuando nacemos espiritualmente somos como aquellos bebés que nos ensuciamos constantemente, porque no tenemos la suficiente fortaleza y capacidad para evitar ensuciarnos con el pecado, sin embargo dejamos que el Señor nos limpie con su sangre de tanta impureza, pecado, maldad y esto haremos hasta nuestro último día en la tierra.
A medida que vamos creciendo en sus caminos, somos más conscientes de nuestros actos, ya no cedemos al pecado porque la carne nos domina, sino por factores externos que buscan afectar nuestra santidad, pero debemos llegar al punto en donde dejamos que Dios trabaje y moldee tanto nuestras vidas que queremos ser como Jesús, queremos imitar a aquellos grandes hombres en la Biblia que fueron fieles hasta el final
Lo más importante del cristiano maduro es que cada día que pasa se fortalece no se debilita, cada día que pasa anhela más las cosas espirituales, no las materiales, no significa que NUNCA más va a pecar, sin embargo trabaja fervientemente en su santidad y en obedecer a su Señor, y por sobre todo, si existiera una caída, jamás pensaría en regresar a egipto
Nunca se dijo que el camino sería fácil, Jesús nos alertó, pero descansamos en su Palabra fiel y sabemos que Él nos moldeará cada día hasta que Cristo venga por su iglesia
Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo;
Filipenses 1:6
Ismael Quevedo